[spa] Probablemente, por influencia de los ideales de eterna juventud y de figura esbelta y per- fecta ¿variables facilitadoras, pero no únicas¿, los trastornos de la conducta alimentaria se han visto incrementados en los últimos años. A pesar de que la ausencia de literatura y de concienciación social parecen indicar lo contrario, se ha identificado también un aumento de los trastornos de la conducta alimentaria en edades avanzadas. Un estudio reveló que un 3,8% de las mujeres mayores de su muestra cumplían criterios para un trastorno de la conducta alimentaria y un 4,4% presentaba sintomatología para desórdenes alimentarios. La insatisfacción por la apariencia corporal se manifiesta independientemente de la edad, e incluso, puede verse agravado al llegar la menopausia. Muchas mujeres mayores reciben la llegada de la menopausia como un marcador del envejecimiento, por lo que intentan combatirla mediante el control y la disminución del peso. En otras ocasiones, se trata de una patología que se ha mantenido a lo largo de los años y en la que aparecen recaídas, que provocan deterioro en diferentes áreas, como la interpersonal, o asociadas a enferme- dades físicas y mentales. Indiscutiblemente, la problemática vinculada al mantenimiento y la historia de intentos de recuperación fallidos complican la intervención. La edad actúa como variable con entidad suficiente como para generar diferencias significativas entre el colectivo de jóvenes y el de mayores, como la edad de inicio, la evolución del cuadro clínico, la comorbilidad asociada ni la duración del trastorno. No obstante, es un colectivo que no tiende a declarar la sintomatología o a pedir ayuda y que, por consiguiente, pasa inadvertido. Por lo que se debe fomentar una concienciación social y profesional que desarrolle abordajes adecuados, en los que el diagnóstico diferencial sea el correcto y la intervención también reconozca las especificidades de un trastorno grave, complicado y mantenido en el tiempo.