El concepto de resiliencia, en torno al cual giran los contenidos de este monográfico, hace referencia a las capacidades de respuesta que los territorios y sus habitantes desarrollan ante situaciones de cambio. En los últimos años es un término muy frecuente en el ámbito académico y en el discurso político. Los lineamientos de las políticas territoriales y turísticas y las estrategias de actuación que se derivan de ellas han de favorecer, entre otros aspectos, la sostenibilidad, pero también la resiliencia, entendida en sentido amplio como capacidad de respuesta adaptativa. Los cambios que exigen respuestas resilientes pueden ser resultado de fuerzas motrices internas o de vectores externos; es decir influencias del entorno general o turístico de diferente tipo con diferentes ritmos y consecuencias. Hay cambios paulatinos de ritmo lento (como el cambio climático), hay cambios de medio plazo y cambios repentinos (como la pandemia de la COVID-19) que implican crisis y en ocasiones tienen un alcance disruptivo. Los cambios repentinos perturban el equilibrio social, económico, político, ambiental o turístico de los territorios y ante ellos se perciben de forma más nítida riesgos y amenazas. Existe ya cierta producción académica que reflexiona sobre la relación entre turismo y crisis con especial atención a los factores de riesgo (vulnerabilidad) y la gestión de desastres (Ritchie & Jiang, 2019).